BLOG: Cumplir 30
Nací el 1 de marzo de 1988, por
lo que a estas alturas soy ya un treintañero con todas las de la ley. Vine a
este mundo el mismo año que el Teletexto, la Bonoloto, el Kun Agüero o la
Pedroche, pero también el mismo que Rihanna, Adele o Emma Stone, y es que cada cual escoge a quien le interesa cuando trata de compararse con sus
coetáneos. Canto peor que mal, nunca voy a ganar un mundial con Argentina y en
Nochevieja, lejos de enseñar cacha, me abrigo más que la piel del Yeti, pero
comparto con todos ellos el sentimiento de estrenar la que se presupone que es
“la mejor década de nuestras vidas”.
Cumplir 30 es un auténtico hype, un inventario de promesas y
expectativas todavía sin cumplir, un regalo que espera ser desembalado. Te preparas
para lo mejor, pero a partir de este momento, “todas tus decisiones tendrán
consecuencias que te acompañarán de por vida”, te repite siempre alguien con
vocación de Pepito Grillo. La cosa se pone intensa si tienes valor de teclear
en Google “cumplir 30”, pues pronto saltan a tus ojos titulares alarmistas del tipo “Cómo
aceptar que acabas de cumplir 30 años”, “Lo que realmente te pasará al cumplir
30 años”, “30 cosas que demuestran que cumplir 30 años no es tan horrible” o “¿Qué
le ocurre a nuestro cuerpo al cumplir los 30 años?”. Vamos, una sesión de
psicoanálisis financiada por Larry Page.
Uno afronta la década de los 30
como esos diez minutos del Real Madrid en el Bernabeu en el que lo ves capaz de
remontar la eliminatoria más chunga del mundo aunque en Copa lo acabe de eliminar el
Leganés. Si la vida fuera un partido de fútbol, la década de los 30 serían como
los 10 minutos finales del Madrid contra el PSG en el último partido de
Champions. Puro éxtasis.
A los 30 ya tienes a algún amigo
que ha pasado por el altar, otros tantos que están esperando el momento de
hacerlo aunque tú le desistas por el bien de tus finanzas, alguno con ganas de
estrenarse en el arte de cambiar pañales, otros tanteando hipotecas y algunos
más esperando la oportunidad laboral que llevan años mereciendo y nunca acaba
por llegar. Los 30 están bien si comienzas la partida con todas las fichas fuera de casa, pero si no, pueden suponer algo más que un dolor de cabeza. Y es
que ya se sabe, las expectativas…
Los treinta son el bufé libre
de la expectación, los años en el que todos lo esperan todo de ti, la década
que a priori debe marcar el resto de tu vida. Y sí, también en la que cualquier mala
decisión tendrá consecuencias. A mí en estos casos me entra cierto agobio (¿A
quién no le entraría?), y cuando me agobio siempre recurro al bote de guacamole
o a mis cómicos de referencia. Por eso me gusta recordar la frase de Berto
Romero: “Las expectativas son las asesinas de la diversión”. Como nos enseña la
vida a los 20, a los 30 y supongo que más adelante, la felicidad habita en los
rincones más insospechados, y no debe aguardarse con ansia junto a
una cifra redonda, ya que tiene sus propios biorritmos.
Sí, seguramente cuando acabe la
década que acabo de estrenar, mi vida y la de los de mi generación en poco o nada se
parecerá a la actual, pero si algo nos enseñó mi año, el 88, es a encontrarte
con cosas cuando menos las imaginabas. Un pezón en medio de una gala de
Nochevieja, un segoviano ganando el Tour de Francia, holandeses con suerte en una competición de fútbol internacional, Almodóvar levantando el Goya de mejor
película, una becaria de la Agencia EFE convirtiéndose de la noche a la mañana
en una estrella del periodismo nacional o un tal George Bush llamando a las puertas de la Casa Blanca.
Mis 30 acaban de empezar y las
expectativas están más altas que los alquileres en Madrid o la carrera futbolística
de Marco Asensio, pero ojo, sorpresas tiene la vida que surgen cuando menos las
esperas. Que empiece nuestra década prodigiosa, que nos traiga todo lo que
esperamos de ella y alguna que otra emoción extra.
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