BLOG: Mi primer medio maratón
Han
transcurrido ya 72 horas y, tras mi visita al fisio y el pertinente tiempo de
recuperación, mis piernas parecen volver a ser las que siempre fueron. Han sido
días de agujetas y dolores musculares que en algunos momentos han convertido en
heróico el intrascendente gesto de bajar unas escaleras o recorrer a pie los
700 metros que separan mi casa de mi lugar de trabajo. Porque lo peor de correr
un medio maratón llega un rato después de cruzar la meta. Quien lo probó lo
sabe.
Por si
alguien todavía lo desconoce, el pasado 8 de abril corrí mi primer medio
maratón. ¿Otro converso a la fiebre del running? -Pensaréis-. Bueno,
vayamos por partes… Como tantos chavales, cuando dejé el colegio y pasé a la
universidad, con el pertinente cambio de ciudad al que se enfrenta cualquier
chico de provincias, dejé de practicar deporte de forma habitual. Eso, y una
operación de rodilla con una deficiente rehabilitación hizo que ponerme el
pantalón corto se convirtiera en una actividad casi insólita, limitada a días
de temperaturas suaves, niveles de contaminación tolerables y, sobre todo, una
motivación únicamente al alcance de Rocky Balboa.
Pasaron los
años, las prioridades que ocupan la mente de cualquier veinteañero empezaron a
diluirse, y cuando me quise dar cuenta me vi en Mercadona comprando salvado de
avena en lugar de Chocapics. No sé si lo que escribí en mi último post tiene algo que ver en esta
transformación. No lo niego, aunque tampoco voy a utilizar el comodín del
cambio de década para reivindicarlo como si al soplar las velas te sumieras en
una especie de catarsis runner. Cada uno empieza a madrugar los domingos
cuando considera oportuno sin tener que ser juzgado por ello.
Así que hace
ya unos meses, con el síndrome postvacacional veraniego incrustado en el
cuerpo, empecé a calzarme las zapatillas con más frecuencia de lo que había
sido normal en los últimos años. Comencé con dos o tres sesiones a la semana,
corrí mis primeras carreras populares en otoño, y pronto atisbé el objetivo que
siempre me había atraído pero nunca me había atrevido a afrontar: correr mis
primeros 21 kilómetros seguidos.
Lejos de
asustarme, quienes conocían mi forma física en ese momento y quienes ya habían
corrido carreras de este estilo, me dijeron que todo era cuestión de 3 o 4
meses de disciplina deportiva y ganas de disfrutar con ello, sin que ese tiempo
se asumiera como una especie de condena militar. Así que las dos o tres sesiones
semanales se convirtieron en cuatro y pronto aparecieron en mi vida series, fartleks, ejercicios de fuerza y explosividad con los que batir el crono y
aumentar mi resistencia.
A medida que
pasaban las semanas, cumplía con el calendario de preparación y encadenaba
kilómetros en las suelas de mis Mizuno Wave Rider, era consciente que el
objetivo estaba al alcance de la mano y sólo una impertinencia podía separarme
de él. Así que ahí, a solo unos días del reto, empieza otro trabajo: el de
impedir las lesiones. Te cuidas, vigilas cada paso y cada comida sin llegar a
obsesionarte (aquí es donde se conoce al verdadero antihéroe runner)
para procurar que nada arruine tu trabajo de meses. Son esos días en los que
sientes molestias donde nunca antes habías sentido nada y donde descubres tener
complejas estructuras musculares donde antes te preguntabas para qué servía ese
pliegue.
Toda
vigilancia, entrenamiento y cuidado parece sobredimensionado cuando llegas a la
línea de salida y escuchas la primera ocurrencia matinal. Alguien comenta, no
sin sorna, que apenas ha salido a correr un par de veces en el último año, pero
que al Medio Maratón de Madrid ha venido a jugar. 21 kilómetros después, un
chico de 29 años se desploma a causa de una parada cardiaca y empiezas a entender
la causalidad de los acontecimientos. Por suerte, a estas alturas el chico está
fuera de peligro y espero que el osado de la línea de salida haya aprendido que
fardar de hazaña runner tiene menos importancia que su propia vida.
Cuando me
preguntan cómo se sentí durante la carrera, respondo que todo me se me pasó
sorprendentemente rápido. Seamos sinceros, correr no es precisamente la
actividad más divertida del mundo, y uno de mis temores era que las casi dos
horas en las que completé el medio maratón se me hicieran larguísimas. Así que
preparé una playlist en Spotify como si me dispusiera a embarcarme en un
vuelo transoceánico, pensando que nunca iba a ver el fin a esa tortura. Me
equivoqué, y no sólo no me aburrí sino que apenas utilicé la playlist o
cualquier elemento que me disuariera de disfrutar de la prueba y de su
ecosistema.
Futuros
corredores de medios maratones, aquí van algunos consejos puramente
sensoriales. Merece la pena compartir el jadeo de personas que como tú han
preparado esta carrera con ilusión durante meses, prestar atención a
conversaciones que hablan de un ser querido que no puede correr porque ya no
está o comentan una pequeña hazaña personal superada. Merece la pena también
escuchar los aplausos de la gente que sale a la calle un festivo a las 9 de la
mañana para animar a completos desconocidos, las sirenas del parque de bomberos
de la calle Santa Engracia para animarte a su paso, los “lo voy a conseguir” en
el kilómetro 19. Ver las manos de un padre en la espalda de su hijo impidiendo
que el esfuerzo de los últimos metros arquee su cuerpo en una posición
antinatural y, sobre todo, los ojos brillantes de los que cruzan la meta con
más ilusión que agujetas, que somos todos.
Quizás,
después de todo, madrugar un domingo no haya estado tan mal.
Comentarios
Publicar un comentario