88 cosas que me hicieron feliz en 2024
Sin ánimo de presumir ni tentar al mal fario, este 2024 ha sido en mi caso un año particularmente gozoso (con todos los asteriscos que se le pueden poner a 366 días consecutivos, en los que siempre se entremezclan alegrías, penas y frustraciones tanto propias como compartidas). Y eso que el año partía con la desventaja de nacer a la sombra de un gigante, ya que 2023 me trajo uno de esos hitos que se suponen inolvidables en la vida de cualquier persona: el matrimonio.
Sin embargo, como ocurre con tantas cosas que llegan sin demasiadas expectativas, este año ha conseguido estar a la altura de los mejores. Tanto, que al 2025 no le pido más que la misma dicha de la que ha sido capaz de proporcionarme el año al que ahora ponemos el broche, y que me ha deparado, al menos, estos 88 momentos de inadvertida felicidad.
A comienzos de año nos visitó una de esas borrascas con nombre propio: Hipólito, como mi abuelo. No pude evitar compartirlo con la familia y echarnos unas risas a costa del patriarca de los Guillén.
En uno de los muchos momentos de incursión a la vida adulta que me deparó el año, me compré dos copas de vino modelo Spiegelau Definition para poder disfrutar de mi frikismo vinícola con un accesorio a la altura de la tara.
Vi al Real Madrid meterle cuatro goles al Barcelona en la final de la Supercopa de España. Un hecho que, lamentablemente, diez meses después se repetiría con un resultado exactamente opuesto. Pero de eso prefiero no acordarme.
Estrené unas Nike Pegasus completamente blancas y desde entonces no concibo correr con unas zapatillas de otro color. Me he vuelto el Toni Kroos del asfalto.
Sin llegar a convertirme en cafetero de pro, sí que he experimentado algunos momentos de cierto placer en torno a una taza de café latte. Algo debe de estar cambiando en mi paladar.
En febrero fui al Instituto Tramontana para escuchar a Jesús Terrés y a Jaume Ripoll, fundador de Filmin, hablar sobre el libro autobiográfico de este último: Videoclub, que por supuesto ya está en mi biblioteca personal. Una biblioteca que, por cierto, este año se ha tenido que ampliar con una nueva estantería.
Descubrí los alfajores Havanna y desde entonces tengo un nuevo pecado inconfesable. Un motivo más en la lista de excusas para visitar Argentina alguna vez, como el que provocó mi reciente visita a Piantao.
Una fría mañana de sábado acudí a desayunar un pincho de tortilla a Silkar. Desgraciadamente, pocas semanas después anunciaron su cierre al no poder traspasar sus propietarios el negocio en las condiciones deseadas. Una pena, pues se trataba de uno de los mejores bocados de Madrid.
Asistimos a una exposición en el Palacio de Cibeles sobre el patrimonio gráfico comercial madrileño y me sentí como en una de las películas de El Crack de José Luís Garci, rememorando establecimientos ochenteros que desgraciadamente tampoco existen hoy. En esa exposición había un gran cartel de “Casa Poli”, como llamamos cariñosamente a mi abuelo (más risas).
Estrené ordenador de sobremesa después de que mi querido “HP All in One” decidiera prejubilarse después de 7 años de servicio. Fue un pequeño momento de frustración, pero a cambio gané una nueva pantalla para mis días de teletrabajo que mis ojos miopes agradecen mucho.
El katsu sando entró fuerte en mi vida este 2024 y probé algunos realmente apetecibles. ¿Cómo no podría gustarme si venero todo aquello que esté empanado?
Después de tres meses de obras y zanjas en mi calle, la primavera trajo el fin de los ruidos de excavadoras y perforadoras desde las 8 de la mañana. A cambio, volvieron los coches y recordé que me gustaría vivir en una calle un poco más residencial, donde sea posible escuchar el trinar de los pájaros.
Me gustó también muchísimo una serie sobre flipados del vino llamada ‘Las gotas de Dios’, que podéis ver en Apple TV.
Nos entregaron el reportaje fotográfico y el video de nuestra boda y no nos pudo gustar más. Por supuesto, toda nuestra familia fue convocada a diversos pases. Gracias por vuestro buen gusto, Borja y equipo.
El día de mi cumpleaños desayuné un mollete con huevos de codorniz, pimientos verdes fritos y panceta ibérica en Tragabuches, uno de esos restaurantes que cada cinco minutos abre Dani García en alguna parte del mundo.
Ese mismo día visité Lakasa, el restaurante de César Martín que sin poseer una estrella Michelin visitan y veneran todos aquellos que se ganan la vida hablando de restaurantes con estrella Michelin. Todavía sueño con sus buñuelos de bacalao, sus albóndigas de buey a la carbonara o su solomillo Wellington.
Me compré un smoking que semanas más tarde estrené en una cena de gala en Sauternes (Francia), donde se elaboran los vinos dulces más exclusivos del mundo, como es el caso de Château d’Yquem.
Nos partimos de risa viendo el musical El libro de los Mormones, no apto para los que se toman las religiones demasiado en serio. (Spoiler: no es nuestro caso).
Me hice (¡por fin!) una prueba de esfuerzo de esas que se hacen los deportistas de élite para determinar si algún día podría correr un maratón con mi condición cardiorrespiratoria. Obtuve una respuesta positiva y meses después me apunté al Maratón de Valencia de 2025.
Corrí algunas carreras que no había corrido nunca, como la Carrera del Agua o el Medio Maratón de Valencia. En ambas disfruté, que es para lo único que yo corro.
Asistí a una cata excepcional con Jassil Villanueva, la maestra ronera más joven del mundo, que nos deleitó con algunos de los rones premium de Brugal, familia de la que forma parte como miembro de la quinta generación.
No fui ninguna de las miles de personas que asistió a los conciertos de Taylor Swift en el Bernabéu, pero vi su gira en televisión y pocos días después asistí en ese mismo lugar a la Velada del Año y lo di todo con Julieta Benegas, David Bisbal o Bizarrap, entre otros.
Pasé la Semana Santa entre ovejas y libros, refugiado en una estufa de leña y oyendo el repiqueteo de la lluvia incesante detrás de la ventana. Fue una buena recarga de baterías para la intensa primavera que estaba por venir.
En lo que respecta al cine español, me encantaron La estrella azul, La infiltrada y La virgen roja. No me gustó Segundo premio y por tanto no me sorprendió lo más mínimo que no pasara el primer corte para los Oscars.
La normativa de bajas emisiones de Madrid me obligó a ceder el viejo Megane rojo con el que me había apañado durante los últimos 12 años a mis padres, e intercambiarlo por un coche con etiqueta ambiental que al menos en verano me permite no asarme de calor.
Como dije en algún punto anterior, viajé a Burdeos para probar la añada 2023 de algunos de los mejores vinos de la región, y gracias a ello pude visitar bodegas icónicas que pensé que jamás pisaría, como Château Margaux.
Recibimos el mes de mayo con una sana y larga caminata por la Sierra de Madrid como preparación para lo que vendría en verano.
Visitamos la exposición de la pintora hiperrealista Isabel Quintanilla en el Thyssen-Bornemisza. En lo que respecta a citas artísticas ha sido la que más he disfrutado este año junto a la exposición de Saul Steinberg en la Fundación March.
Subimos al mirador del monumento a Alfonso XII en el estanque del Retiro, que habitualmente está cerrado al público, y pudimos ver nuestro parque favorito desde una perspectiva que no habíamos contemplado nunca antes.
Aprendí nombres de uvas muy divertidas como Ancellotta o Perruno, que recopilé en un artículo que me pareció bastante original.
Mi prima Marina hizo su primera comunión y pasamos un día muy familiar junto a ella y sus padres justo cuando el verano empezaba a hacer su aparición en Teruel. Al día siguiente visitamos Puertomingalvo, uno de los pueblos con más encanto de la provincia, y disfrutamos de una comida riquísima en uno de los restaurantes más recomendables de la comarca, que ahora está amenazado por culpa de un ambicioso plan que pretende levantar miles de aerogeneradores y placas fotovoltaicas en su entorno.
Nos gastamos una verdadera fortuna en comprar un nuevo colchón, un canapé y un cabecero con el fin de dormir en casa mejor que en muchos hoteles de cuatro y cinco estrellas, en otra muestra más de haber entrado de lleno en la vida adulta.
Mis compañeros de Bodeboca organizaron un evento chulísimo en una de las azoteas de la Gran Vía y vinieron cerca de doscientos clientes que quedaron encantados con las experiencias que les propusimos. Fue sin duda la inauguración del tórrido verano madrileño (¡todavía recuerdo el calor que hizo ese día!). A pesar de ello, todo salió fenomenal y espero que podamos hacer algo parecido en 2025.
El Real Madrid ganó su decimoquinta Copa de Europa y vi la final en el Santiago Bernabéu. Era la primera vez que acudía al estadio desde 2020 y, por tanto, la primera desde la finalización de sus mastodónticas obras de renovación. La emoción fue indescriptible.
Celebramos el 88º cumpleaños de Hipólito reuniendo a casi toda la familia en plena Sierra de Albarracín. No paró de llover durante todo el fin de semana, pero lo pasamos fenomenal y descorchamos un magnum de Segura Viudas que me había regalado unos días antes mi amigo Sergio. ¡Qué placer provoca poder compartir regalos así!
Empezó la Eurocopa y, dentro del marco de la Feria del Libro de Madrid, asistí a la grabación de un capítulo de uno de mis podcast futboleros de referencia: Los últimos de la lista. Al terminar la grabación hablé con sus autores, Enrique Ballester y Javier Aznar, y me firmaron sus respectivos libros.
Semanas más tardes, España ganó esa misma Eurocopa. Sin duda, uno de los momentos más inesperadamente felices de 2024. Salí a la calle a recibir a los campeones, y Morata y Cucurella me saludaron desde el autobús descapotable.
En un viaje planeado apenas con un mes de antelación, volé con mis padres y mi hermano pequeño a Marrakech y disfruté conociendo un destino tan cercano y a la vez tan diferente a España. Nos alojamos en un bonito riad y comimos tajín todos los días. Una noche me puse a bailar canciones en francés en pleno desierto con varios hombres a los que no conocía de nada.
Mi amigo Joaquín tuvo a su primer hijo: Pablo.
Me compré unas zapatillas blancas de lona de Pepe Jeans que se adosaron a mis pies y no abandoné en todo el verano salvo para zambullirme en el agua.
Vi actuar en primera fila a Leticia Sabater y a Yurena en la Vaquilla del Ángel de Teruel y conseguí reponerme de aquello. Por primera vez desde que tengo uso de razón, el acto principal de las fiestas (la puesta del Pañuelico) se retrasó por una impresionante tormenta que cayó minutos antes del evento. Eso no impidió que pudiera vivirlo igualmente dentro de la plaza como he hecho todos los años.
Descubrí que unos de los mejores kebabs de Madrid se elaboran en un humilde local a apenas 400 metros de mi casa y durante el verano esos rollos gigantes de carne fueron mi perdición.
Me hice unas gafas de pasta color habana, algo que quería haber hecho hace mucho pese a la resistencia de mi esposa, que es óptico-optometrista y sabe el tipo de gafas que le sientan bien a cada cara.
Probé esos ricos helados griegos que tanta fama atesoran durante las noches estivales de Madrid, aumentando con ello mis ganas de visitar el país heleno algún día.
Visité con febrícula la Galería de las Colecciones Reales. Un auténtico tesoro todavía poco conocido para muchos madrileños que recomiendo descubrir.
Mi hermano pequeño vino a vivir a Madrid para trabajar en lo que más le gusta y es feliz en la capital, como sus dos hermanos mayores.
Me emocioné con la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París, especialmente en el momento en el que Zizou cedió la antorcha a Rafa Nadal a los pies de la Torre Eiffel. También el momento en el que Céline Dion cantó el Hymne à l'amour para poner el punto y final a la ceremonia.
Vibré con las pruebas de marcha de los Juegos Olímpicos, especialmente con la nueva modalidad mixta, en la que España consiguió una de sus pocas medallas de oro.
En vísperas de las vacaciones de verano reduje mi peso hasta los 70 kilos exactos, y todo ello en pleno hype de las hamburguesas de David Muñoz en el Burger King, las patatas bravas caseras que aprendimos a elaborar y los kebabs acechando a unos metros de casa.
Pasamos las vacaciones en Galicia y completamos a pie los 115 kilómetros que separan las localidades de Sarria y Santiago de Compostela. Unos meses después, Ibai Llanos hizo lo mismo pero desde más lejos y la cosa perdió un poco de épica.
Pasamos también unos días en la Costa da Morte, entre acantilados, montañas verdes y pequeños pueblos de pescadores, alojados en una encantadora casa rural alejada de cualquier atisbo de turismo masivo. Lujo silencioso en estado puro.
Leí entre etapa y etapa del Camino de Santiago El descontento, de Beatriz Serrano, una autora de mi generación que pocos meses después se convirtió en finalista del Premio Planeta por su segunda obra, titulada ‘Fuego en la garganta’, convirtiéndose así seguramente en la persona más envidiada de mi generación (al menos entre los que tenemos vocación de vivir de la escritura).
Ejercimos durante un par de días de tíos con Noa y Nico, nuestros gallegos favoritos.
Aprendí a no achantarme ante desplantes y abusos ajenos, a poner límites y a decir muy educadamente que no a aquello con lo que no estaba de acuerdo, aunque eso supusiera reacciones enconadas, encontronazos y pequeños reproches.
Las hamburguesas de Milwaukee fueron el mejor remedio contra el síndrome postvacacional.
Los desayunos se convirtieron en ocasiones en la forma más cómoda y placentera de compartir tiempo con algunos amigos. Cuando pasas de quedar para salir por la noche a hacerlo a la hora del brunch, es que ya has pasado de la treintena. Y lo sabes.
Comprobé que septiembre, pese al sambenito de ser el mes de la vuelta al cole por antonomasia, sigue siendo uno de los mejores meses del año para ser feliz.
Nos entregamos en otoño a las series románticas, como Normal people o Los años nuevos. Series que hablan de heridas emocionales demasiado reconocibles, pero que con perspectiva han sabido cicatrizar bien.
Nuestra amiga Ana tuvo a su primer hijo: Alonso.
Lara y yo celebramos nuestro primer aniversario de casados y nos fuimos a Jaén (Paraíso Interior) para celebrarlo. Más lujo silencioso, y hasta me atreví a darle un bocado a una aceituna.
Los paseos nocturnos por el Casco Histórico de Úbeda y Baeza fueron otro de esos momentos mágicos que constataron que para ser feliz no hace falta quemar queroseno.
Conocimos a Tito, el alfarero más famoso de Úbeda, con el que estuvimos hablando unos cuantos minutos. Una persona que atesora muchas otras en una sola. Genio y figura.
Dejé de usar definitivamente la pestaña “Para ti” de X (antiguo Twitter) y el nivel de toxicidad y bulos de mi feed se redujo drásticamente. También aprendí a dejar el móvil fuera del dormitorio en un intento de que mirar una pantalla no fuera lo primero y último que hiciera cada día. Lo llevo más que bien.
Fuimos al teatro y vimos en primera fila una masterclass de interpretación protagonizada por Luisa Martín y Olivia Molina. Dos fuera de serie.
Conseguí entradas para la que presumiblemente será la última gira de Joaquín Sabina por grandes recintos.
Me invitaron a vivir una jornada extraordinaria en Pago de Carraovejas junto a periodistas de vino de toda España. Pude conocer a colegas de otros rincones del país y reencontrarme con viejos conocidos.
Entrevisté a grandes figuras del sector, como el periodista Federico Oldenburg o el crítico Luis Gutiérrez, al que hace años que quería preguntar cosas acerca de su trabajo en la guía de vinos más influyente del mundo: The Wine Advocate.
Aprendí que, para sobrevivir, muchas veces hay que desprenderse de cosas, por queridas que sean y por mucho que duela.
Mi amiga Vanesa tuvo a su primera hija: Marina.
Repetí en bucle en mi Spotify el último disco de Carolina Durante, Elige tu propia aventura; aunque la canción que más escuché a lo largo de 2024 fue La calle Elfo, de Alcalá Norte.
Corrí mi sexto medio maratón y lo hice en Valencia, justo dos días antes de que una DANA provocara en esa provincia el mayor desastre natural reciente de la historia de España.
Aprendimos que, generalmente, solo el pueblo salva al pueblo.
Di un otoñal y placentero paseo por Teruel justo después de una tormenta y retraté como pude una de las mejores luces que he visto nunca sobre la ciudad.
Fui dos veces al Campeonato de España de Hamburguesas y en la primera de ellas, de entre las docenas de propuestas existentes, probé la que finalmente quedó primera y segunda del certamen. Ojalá tener el mismo tino para todo.
Acudí al concierto en beneficio de los afectados por la DANA en el Wizink Center y fuimos los últimos en ver cantar en directo a Raphael antes de su triste accidente cerebrovascular. Fue una noche emocionante en la que la música fue doblemente curativa.
Escuché a lo largo del año más de 40.000 minutos de audio en Spotify, de los cuales más de la mitad fueron podcasts.
Abandoné definitivamente el vicio de morderme las uñas y en un nuevo impulso de introducción a la vida adulta, me compré unas pequeñas tijeras para acometer tal empresa de manera más sofisticada.
Mi madre cambió de trabajo (que no de pagador) y ahora desarrolla tareas que le requieren menos esfuerzo físico, lo cual no deja de ser un alivio para cualquier persona que cuenta los años para disfrutar de su jubilación.
Desencajé varias veces la mandíbula viendo la peli Anora y la serie Querer, y me transporté a los oníricos mundos de Paolo Sorrentino con Parthénope, una oda a su Nápoles natal. Desde entonces, Era già tutto previsto, de Riccardo Cocciante, está entre mis canciones más escuchadas. Siempre en el equipo de Silvio Orlando.
Abracé a mi amiga Brenda después de varios meses sin verla y de un año complicado para ella que solo anticipa un 2025 extraordinario.
Me confirmaron tres bodas y otros tantos alumbramientos para 2025 entre mis familiares y amigos cercanos.
Fui de público al programa de televisión de moda: La Revuelta, aunque cada vez que lo digo hay gente que me posiciona ideológicamente en uno de los dos bandos que caracterizan a nuestro inefable país. El invitado de ese día fue Luis Figo, cosa que sorprendió precisamente a los de ese bando ideológico. Y yo, que soy un futbolista frustrado, solo constaté en persona su envidiable estado físico para sus 52 años.
Lara y yo celebramos que hace diez años empezamos a salir juntos, y lo hicimos cenando en uno de los italianos más auténticos de Madrid, porque nuestra primera cena también fue, precisamente, en un italiano.
Tuve más tiempo para escribir, tanto en el trabajo como fuera de él (como demuestra este artículo); e intenté sacar más tiempo para leer, aunque siempre me pareció poco. Ojalá tener el desahogo económico suficiente para dedicarme a tiempo completo a ambas tareas.
Me volví a comprar unas zapatillas de running completamente blancas para mis retos deportivos de 2025.
Probé uno de los panettones más ricos de Madrid y también el segundo mejor roscón de reyes de la ciudad, según dictan los que dan y quitan premios en el ecosistema (a veces agotador) del gastromarketing.
Conseguí ahorrar casi todo lo que había planificado a principio de año, que siempre es demasiado poco.
Y sobre todo los míos se mantuvieron sanos, que al final es la base sobre la que se sustenta todo.
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